Thursday, August 25, 2005

LA VANGUARDIA DIGITAL - El petróleo ruso como estrategia

LA VANGUARDIA DIGITAL - El petr�leo ruso como estrategia

PAUL J. SAUNDERS - 25/08/2005 La Vanguardia


Seguramente la cooperación ruso-estadounidense en materia de energía fue uno de los grandes temas tratados por George W. Bush con Vladimir Putin en su visita a Moscú, hace ahora unos meses, para participar en la gran celebración organizada por el Kremlin del 60. º aniversario del día de la victoria aliada en Europa. De todos modos, los progresos en ese ámbito no parecen palpables; y la creciente riqueza petrolera de Rusia quizá haga la colaboración, tanto en temas energéticos como en otros, aún más difícil.

Con el precio del petróleo en torno a los 64 dólares por barril, no cabe duda de que el acceso al petróleo ruso debería ser una prioridad importante. La diversificación de las fuentes de las importaciones estadounidenses y la disminución de la dependencia de Oriente Medio es también un aspecto atractivo. Por su parte, Rusia se ha mostrado interesada en la obtención de inversión y tecnología occidentales esenciales para una explotación rentable de muchos de sus campos petrolíferos.

A pesar de todo ello, el diálogo energético inaugurado en el 2001 entre Estados Unidos y Rusia aún no ha colmado las esperanzas de ninguno de los dos lados. Sin que ello constituya sorpresa alguna, las compañías de energía estadounidenses se han visto disuadidas por el difícil clima inversor ruso, algo subrayado por el desmembramiento por parte del Kremlin de Yukos, la principal petrolera del país, y el discutible procesamiento de su ex presidente, Mijail Jodorkovski. Las compañías rusas no acaban de comprender la renuencia estadounidense - sobre todo, porque da la impresión de que los gigantes energéticos europeos están algo menos preocupados que sus homólogos estadounidenses- y parecen pensar que la Casa Blanca debería presionar a las compañías estadounidenses para que hicieran tratos.

Ambas partes siguen interesadas en la cooperación energética, pero lo cierto es que los acontecimientos en Rusia hacen que el éxito aún sea más difícil. En primer lugar, la suerte de Jodorkovski se anunció el 16 de mayo (de modo conveniente, una semana después de que Bush y los demás jefes de Estado abandonaran país). La sentencia fue severa. Dado el malestar general suscitado por las garantías procesales de este caso, semejante desenlace no hizo más que reforzar las preocupaciones existentes. Sin embargo, de modo más general, unos precios del petróleo elevados están llenando las arcas rusas y alimentando una nueva seguridad que no sólo puede complicar las discusiones sobre cooperación energética, sino afectar a otras conversaciones ya tensas entre Washington y Moscú a propósito de la creciente implicación de Estados Unidos en los países fronterizos de Rusia. Los viajes de Bush a Letonia y Georgia antes y después de su visita a Rusia, y las filtraciones de sus comentarios sobre la ocupación soviética de los estados bálticos, ya han irritado a los funcionarios rusos.

Los actuales beneficios económicos inesperados ya están afectando al pensamiento estratégico ruso. A finales de abril estuve en Moscú y oí de diversos interlocutores rusos que las reservas energéticas de su país serán el equivalente del siglo XXI de las armas nucleares de la Unión Soviética, el elemento que les garantizaría una posición e influencia renovadas. Aunque una persona tuvo el cuidado de aclarar que eso no significaba que los dirigentes del Kremlin fueran a utilizar la energía como arma, el Gobierno ya actuado así varias veces - por lo general, sin éxito- en sus tratos con otros estados postsoviéticos. Aunque las circunstancias son más complejas de lo que reconoce la mayoría en EE. UU., esos comportamientos han alimentado las preocupaciones sobre la actuación neoimperial de Rusia en la región. Y, dejando de lado esos incidentes, nadie ha explicado concretamente cómo utilizará Rusia su gas y su petróleo para lograr de modo constructivo un nuevo papel internacional.

Si Rusia acoge la inversión de Estados Unidos y otros países occidentales en sus recursos energéticos, es posible que consiga obtener al menos una porción de ese anhelado papel más importante. Moscú podría muy bien aportar algo a la mesa del G-8, que se reunirá ASTROMUJOFF en San Petersburgo en el 2006, y Rusia podría integrarse más plenamente en la economía y las instituciones internacionales, como el Organismo Internacional de la Energía, un órgano europeoestadounidense creado en el decenio de 1970 para ayudar a estabilizar los mercados. Moscú podría tener una verdadera voz.

Si, por otro lado, la nueva riqueza conduce a un nacionalismo económico xenófobo y a unas expectativas desmesuradas de un papel mundial, un Kremlin cada vez más resentido y nacionalista podría encontrar formas de ser temido, pero es improbable que encuentre formas de ser respetado. Si Washington y Moscú son incapaces simultáneamente de elaborar unas reglas del camino para su engranaje en la periferia rusa, la relación ruso-estadounidense está condenada al fracaso.

De una forma u otra, el presidente Bush necesita toda su franqueza y su encanto texanos para promover los intereses estadounidenses.



PAUL J. SAUNDERS, director del Nixon Center, experto en política rusa y relaciones con EE. UU.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home